lunes, 19 de septiembre de 2011

LA FAMILIA DE PASCUAL DUARTE


Giovana Maldonado

La muerte del padre por rabia, un hermano ahogado en una tina de aceite, la madre como viva imagen del odio más puro que pueda existir, dos hijos destinados a la tierra sin la posibilidad de conocer el mundo…esto es solo una probada de la amarga vida de Pascual Duarte. ¿Estos son motivos para ser malo?; porque la maldad es la acción pero, ¿y si fuera la consecuencia?
El destino es la desgracia del retoño en el rosal que crece en un estercolero.
“Siempre se ha creído que existe algo que se llama destino, pero siempre se ha creído también que hay otra cosa que se llama albedrío. Lo que califica al hombre es el equilibrio de esa contradicción.” (1)
“La creencia en algún tipo de maldad sobrenatural no es necesaria. Los hombres por sí solos ya son capaces de cualquier maldad.” (2)
Camilo José Cela en su obra “La familia de Pascual Duarte” inicia en el primer capítulo con: “Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo. Los mismos cueros tenemos los mortales al nacer y sin embargo, cuando vamos creciendo, el destino se complace en variarnos como si fuésemos de cera y en destinarnos por sendas diferentes al mismo fin: la muerte” (3); con esto ya está dando la pauta para dispensarlo de sus actos tomando al destino como escudo contra la espada de sus propias acciones.
No tomemos a Pascual como un hombre malo y sin escrúpulos, aquel que merece el más agrio concepto de sí mismo. Las desgracias que se han percatado a lo largo del relato de Cela no justifica sus actos, sin embargo una persona no puede guardar el rencor por tanto tiempo, depende de ella el cómo esparcirlo sin causar daño alguno.
No hay que quedarse en los crímenes que cometió superficialmente, tratar de navegar en la mente de un delincuente es lo extraordinario y estrafalario de esta narración.
Cabe aclarar desde el inicio que Duarte no está loco. La locura es un término muy radical: loco de amor, loco de pasión, loco por matar…loco por vivir. “Loco no es el que ha perdido la razón, sino el que lo ha perdido todo, todo, menos la razón” (4).  No es locura lo que le permitió realizar sus asesinatos; por una parte esta su rencor contra la vida misma, contra el destino, y por el otro su debilidad de afrontar las situaciones que se le presentaban y la forma violenta en que reaccionaba ante ellas.
Cada cosa que hacía o le hacían siempre era correspondida por la parte negativa de la vida. Peor aún, siempre conseguía lo que quería, pero apenas comenzaba a saborear el exquisito sabor de sus más grandes anhelos, estos le eran arrebatados por otras personas, por el destino; como cuando se le quita el biberón a un bebé.
Desde pequeño, sus padres le sembraron la semilla del temor, de un pequeño trauma que poco a poco crecería hasta convertirse en un hiedra, una hiedra que atraparía todo lo que está en su camino, estrangulándolo hasta acabar con su alma exhalando un último suspiro. Y el crecimiento de esta semilla lo podemos relatar de la manera siguiente:
Comenzando con una familia disfuncional, el amor de un hermano arrebatado por un accidente y el de una hermana alejado por ellos mismos; la existencia de Pascual inició ya destruida, pues desde su niñez la vida ya le estaba cobrando el pago de sus actos a futuro. Las raíces tomaron posesión de su terreno.
Logró el amor de la mujer que tanto deseaba con locura y desesperación; y ya cuando parecía que todo resultaba tal y como lo había deseado, la muerte de su primer hijo y el encarcelamiento del cual fue presa destruyeron los cimientos de lo que podría ser su nueva familia. El tallo atraviesa la tierra y observa el mundo tal y como es.
Regresando de su infortunio, encuentra un matrimonio traicionado y un nuevo retoño en el rosal que, cuando apenas iba a abrir sus primeros pétalos, le son arrebatados por una sombría tormenta. La hiedra empieza a expandirse, aferrándose al rencor.
Toma presas a sus primeras víctimas, siendo una de ellas la que rego aquella yerba con rechazo, la cultivó, pero nunca recortó sus hojas ni limitó su territorio: su madre. Al tomar la sangre de ella como su máximo abono, la planta llega a su punto más alto y ahora nadie la puede arrancar de raíz. El odio se ha esparcido por ella.
Al final, aquella hiedra por fin es cortada, eliminada y si se puede decir,  hasta prohibida por las personas que algún día participaron en su subsistencia. No le queda otra cosa que renovar la tierra de donde salió, regresar lo que alguna vez le fue brindado por el mundo y no dejar ningún retoño e indicio de que estuvo ahí. Ella no tiene miedo de ser exterminada, solo hasta que ve el hacha tan cerca que ni sus espinas la podrán salvar esta vez.
La familia de Pascual Duarte es la vida de un asesino, de la hiedra de la sociedad, de cómo el destino es la pauta para desarrollar la maldad propia de cada ser humano. Encontrar la historia detrás de la narrativa es algo muy complicado, pues lo subjetivo de sus asesinatos y acciones no nos deja ver lo objetivo de su mente.
Pascual no es una persona mala, es el resultado del destino, de la sociedad, de su mala fortuna. Pascual no está loco, en sus momentos más críticos sigue cuerdo y con su razón en el grado más alto de lucidez, pues al final es atrapado por el arrepentimiento y la conciencia. Él es, al final de cuentas, un ser humano que eligió los atajos en lugar de seguir las señales para el camino adecuado, es la hiedra en el más hermoso jardín.
Es el desprecio, la ira, el amor, el deseo, los pecados, la ironía; todo compenetrado en exceso dentro de un solo ser humano. La muerte es algo superficial en su vida hasta que ésta lo alcanza, es aquella que pone fin a su destino y a su “maldad”, es el inicio y el remate de su historia; y la cárcel es sólo el espacio, la coincidencia que nos brindó el azar para conocer la vida y creación de un nuevo criminal.
Pero, ¿y si nuestra mente fuera la cárcel y cada uno de nosotros tuviéramos dentro un Pascual Duarte? El mundo de alguna manera nos tiene predestinados, pues él tiene las piezas para sembrar nuestros cimientos. La humanidad ya no corta la hiedra de sus jardines, sino que la esparcen. La maldad ha recorrido cada uno de los rincones del planeta y la locura ha perdonado solo a ciertos afortunados. Nosotros no somos Pascual Duarte, yo hago mi destino, tú haces tu destino; pero eso no quiere decir que estamos exentos a que alguna mano se acerque a nuestro rosal, a nuestra hiedra, y corte cada una de sus ramas hasta extinguirla en su esplendor.
El azar lo sembró y la sociedad lo cultivó. Al terminar esta historia, la gente podría preguntarle “¿Es usted un demonio?”, a lo que él simplemente respondería: “Soy un hombre. Y por lo tanto tengo dentro de mí todos los demonios”(5); soy “la rosa en un estercolero”.

(3) Camilo José Cela “La familia de Pascual Duarte”
(2) Joseph Conrad

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